Los MIR de Granada a la huelga por pura desesperación

Ana, Rocío, Blanca, Inés y Cristina son médicos internos residentes (MIR) de primer año. Trabajan en las Urgencias de los hospitales de Granada y forman parte del comité de negociación de la huelga convocada el próximo 11 de mayo por el colectivo después de remitir numerosos escritos a sus superiores a todos los niveles. Ni siquiera han recibido respuesta a nivel oficial: «Extraoficialmente, han intimidado a compañeros en los pasillos». «Llevamos meses reuniéndonos y hemos utilizado la huelga como último recurso», aseguran, porque su situación es insoportable.

Ciertamente desesperadas, describen un panorama de precariedad laboral en el que los médicos residentes son el eslabón más débil de la cadena de mando sanitaria; «mano de obra barata» para sostener un sistema que, insisten, colisiona con la legislación. «No solo no se cumplen nuestros derechos, sino tampoco los de los pacientes», advierte Cristina, y puntualiza Inés: «Se supone que tenemos que tener supervisión cuando somos residentes, y eso no se cumple porque no hay suficientes médicos adjuntos».

«No puedes tener 22 pacientes a tu cargo, como fue el caso de una compañera en el PTS el pasado fin de semana, porque no tienes tiempo ni conocimientos suficientes para supervisarlos a todos», prosigue la residente, que pone el acento en la dificultad añadida de velar por la seguridad de enfermos en estado muy grave: «Cualquiera puede imaginarse lo que supone tener a 22 pacientes a tu cargo… Eso no hay residente ni adjunto que lo lleve».

«La atención es low cost», comentan. Todas ellas coinciden en señalar que el problema viene de largo y, si bien es peor los fines de semana, se repite «todos los días» desde el primero, cuando les sentaron en una consulta «casi sin saber utilizar el programa informático», que además permite a los residentes de primer año dar altas médicas, algo que la ley les prohíbe expresamente. Pero lo hacen porque alguien tiene que hacerlo.

A esta situación se ha llegado porque «se están cubriendo puestos de médicos con residentes», que además de no estar capacitados legal y formativamente para asumir determinadas responsabilidades, sus salarios tampoco son los mismos. Cobran casi la mitad que un adjunto. Y los residentes «tragan» porque asumen que «solo» hacen guardias durante dos años. Pasado ese tiempo, son otros MIR los que hacen las guardias: «El sistema se perpetúa porque el personal se va reciclando».

Faltan manos. Es el principal problema y la exigencia que encabeza su decálogo de peticiones. No saben cuantificar el número de plazas que se requieren: «No nos corresponde, no somos gestores, hay gente que cobra por eso». Pero falta personal. Lo repiten una y otra vez. Lo vuelven a repetir. «Por la noche en el PTS no hay ningún adjunto presencial… Hay un residente que se queda con los pacientes críticos y con los de observación», indica Ana: «Las Urgencias salen adelante porque nos destripamos».

Durante las guardias, apenas descansan ni tienen tiempo para comer o ir al baño. La presión es tal que a veces son los propios residentes los enfermos. Contraen infecciones de orina o sufren de deshidratación porque no pueden parar a beber agua. Las consecuencias también son psicológicas, afirma Blanca, que comenta casos de compañeros que toman ansiolíticos para poder hacer frente a esos interminables turnos de 24 horas en las que únicamente duermen dos o tres, y eso en el mejor de los casos.

Saben de compañeros a los que las guardias les han arrebatado la vocación y han dejado la carrera médica, después de invertir más de un lustro de vida en obtener el título y aprobar el acceso al MIR. Aseguran que las Urgencias de Granada están peor que las de otras provincias. Tienen fama: «Los residentes les tienen miedo», sostiene Cristina. «En Málaga no es así», puntualiza Blanca, que lo tiene hablado con compañeros de allí, donde «no se creen las condiciones en las que se trabaja en Granada».

«Cuando tenemos guardia, yo me cago, yo me cago», cuenta una de ellas. «Hemos estado malos y con fiebre y con suero y hemos ido». La razón: «Nos sentimos en la obligación de no faltar para no cargar al resto de residentes», pues ni siquiera el Servicio Andaluz de Salud cubre sus plazas en caso de baja: «Nosotros no negamos nuestra labor asistencial, pero que no sea algo precario que suponga un riesgo para el paciente».

«En teoría estamos por si nos llaman, no para ver pacientes todo el rato», lamenta Ana. Este modelo de trabajo supone un gasto «brutal». Como carecen de la formación necesaria, practican un tipo de medicina «defensiva», basada en la petición de pruebas a discreción para descartar posibles patologías y así disminuir el riesgo de equivocarse, lo que encarece el coste del servicio. Es el precio que tiene lo barato.

A veces las negligencias ocurren, aunque rehúsan hablar del tema. Es un tabú entre los profesionales. «La cultura del error es nula», reconoce Ana: «Las negligencias se omiten, se tapan y ya está». Tampoco nadie les ha dicho nunca cómo deben informar oficialmente de un desliz: «No estamos formados para eso», apunta Rocío.

La ansiedad les acecha antes de la guardia, pero también después «por los riesgos que han podido suponer». «Nosotros vemos al paciente un rato, pero no sabemos cómo repercuten nuestras decisiones en su salud a largo plazo», indica Cristina. A veces, confiesan, anotan el nombre de algún paciente que han tratado para verificar su evolución. Esa es su realidad. Una realidad muy distinta a la que dibuja el SAS.

Fuente: ABC de Sevilla

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