En los dos últimos años y medio he firmado unos 20 contratos, de dos meses de duración en el mejor de los casos, pero generalmente de uno. He trabajado los días que mis compañeros más veteranos no estaban o en sus periodos de vacaciones, pero nunca de una forma ordenada y lógica ni para mí ni para mis pacientes. He sido amenazado con no renovar si no seguía criterios bastante alejados de la buena labor asistencial, trabajando únicamente para cuadrar estadísticas, sin pensar en qué cosas debe correrse y cuáles deben esperar. He sido, contra mi voluntad, cómplice de un trabajo mal hecho.
En ese tiempo me he puesto nervioso el último día de cada mes mientras esperaba si me renovaban o no. He visto como otras compañeros no eran renovados, obligados a limitar su trabajo a las guardias o como no se les daba el sitio que merecían en sus servicios, ahora pérfidas UGCs. He visto como muchos de ellos se marchaban. O como otros, entre los que me incluyo, han tenido que pluriemplearse porque el sueldo de un médico en Andalucía es menos de la mitad de lo que se cobra en cualquier parte de España. He visto como aquí la universidad o la investigación están cerradas para el que no es un estómago agradecido o familia de alguien.
En este tiempo he escrito amargas quejas en ese muro sobre esta situación. Me he sentido profundamente decepcionado por ver a un gobierno que he votado (primero a una de las formaciones que lo integran, luego a la otra) vilipendiar sin piedad al trabajador público en general y sanitario en particular. Esconder tras la excusa de las políticas de Madrid las formas de contratación más duras y humillantes que puedan concebirse. Y mentir. Mentir muchísimo: decir que aquí no se ha echado a ningún sanitario a la calle porque no se les despide, sino que no se les renueva. Contratar a médicos y enfermeros por horas o días. Ofrecer contratos de 12 horas en sitios a 500 kilómetros y penalizar si no se aceptan. Y como estos, miles de ejemplos que conocéis muchos de los que leéis estas líneas.
Y me he cansado. Y una amiga que sabía de mi hartazgo me ha ofrecido un puesto mejor en un otro sitio. Y he aceptado.
El próximo 3 de noviembre comienzo a trabajar un hospital universitario, en otra comunidad. Me marcho ilusionado y contento por hacerlo a un sitio nuevo, grande, lleno de proyectos y con unas condiciones laborales dignas. Pero no puedo negar que dejar aquí a mi familia y a mis amigos me da muchísima pena.
Espero veros a todos con la mayor frecuencia posible. Y a los médicos y enfermeros que leéis esto os animo, sin duda alguna, a huir de las garras del Servicio Andaluz de Salud en cuanto podáis. Nada va a mejorar si seguimos sin hacer nada. Y es que, como dice un compañero de profesión que hace tiempo se marchó a Alemania, «Tu voz más alta son tus pies».
Tomás Toledo