Cuarenta años, casi, de la Ley General de Sanidad (en adelante LGS). Se dice pronto. Casi media vida, según las estadísticas actuales. Antes de meternos en harina, me planteo: ¿es relevante? ¿Tenemos que marearnos con esta especie de “memoria histórica” de la sanidad pública de nuestro país?
Relevante es, sin lugar a duda. Y ello obliga a plantearnos cosas. Porque el desarrollo de la LGS explica las expectativas de la población española hacia su sanidad pública. Y, más aun, de las sucesivas hornadas de directivos que la administraron, de un modo u otro.
Dentro de la ignorancia general acerca de las leyes que nos afectan, poco sabemos (aún) acerca de la letra pequeña de aquella Ley. Y sobre todo de algunos implícitos: que, con la LGS, heredábamos del antiguo Seguro Obligatorio de Enfermedad franquista y posfranquista la normativa que convertía al personal en algo muy parecido a un funcionario. Con las rigideces propias de la función pública española. Y sus limitaciones salariales.
Es preciso subrayar que nunca fueron a la par las necesidades sanitarias de la población con las posibilidades del sistema, ni en presupuestos ni en plantillas. Pero estas últimas fueron estiradas al modo de un chicle infinito ante nuevas realidades con que contó la ciudadanía española y, por ende, la administración sanitaria.
La primera realidad, la losa de los parados en Medicina y Cirugía. Una herencia del franquismo y posfranquismo, como el sistema de oposiciones. En plata: una legión de galenos sin especialidad (entonces, no hacía falta M.I.R. para ejercer en Atención Primaria, recordémoslo) ni destino, esperando que alguien los llamase de un día para el otro, a fin de cubrir una sustitución a ciento y pico de kilómetros de distancia, trayecto con vehículo propio, por supuesto (¿os acordáis?).
Pero había otras realidades. Por ejemplo, la rigidez de las plantillas estructurales. Renovables solo mediante oposiciones que se podían congelar. Y que se congelaron muchos años, vaya. Se generó así una masa de médicos eventuales, ansiosos ante la posibilidad de renovar contrato (o no). Un terreno este especialmente hostil para plantear reivindicaciones laborales o salariales. “El seguro era lo que había”. “Lo tomas o lo dejas”. Entonces, no hablábamos inglés ni existía internet. Sobre esta base se consolidó la gran expansión profesional del sistema. Con médicos precarios, babeantes, sumisos. Gente apocada, gimoteante. Tipos encerrados en el cabreo de pasillo o de barra de bar. Con todo, muchos directivos echan de menos aquella época. Cómoda sí que les resultaba.
Pero no les aburro más con historias del pasado. Aquella generación de profesionales se jubiló, o poco le falta para hacerlo. En su lugar, ya está instalada la nueva, toda formada en el M.I.R., armada con idiomas. Gente de internet, ducha en la batalla ante los puteos institucionales. Una medicina feminizada, que todo hay que decirlo. Una tropa esta que se ríe de los chantajes emocionales de antaño, de la palabrería grandilocuente y de tantas otras zarandajas con que nos exhortaron a cubrir con sudor y coronarias todo aquello que la rigidez administrativa y presupuestaria se negaba a cubrir.
La gran expansión de la sanidad pública de los ochenta y noventa tenía, pues, los pies de barro. Del barro de una profesión debilitada por la masificación, las pocas oportunidades, así como un sistema inaceptable de presiones y chantajes emocionales.
A la hora de explicar la claudicación actual de la sanidad pública, es una salida fácil instrumentalizar políticamente la cuestión, en lugar de enterarse bien, sincerarse con la ciudadanía y, luego, contar algo parecido a lo que acabo de escribir: que mal se hizo entonces y mal se mantuvo durante décadas: mantenella, non enmendalla y negarse a planificalla.
Un servidor de todos ustedes, como muchos otros, advirtió hace décadas que nos aproximábamos a una tormenta perfecta aliño de una población envejecida y enferma, con plantillas médicas recortadas por la jubilación masiva, además de deprimidas ante la imposibilidad de conseguir cambios reales. Frente a la incapacidad real, por ejemplo, de alejarse de un jefe o jefa psicopático. Ante la imposibilidad de escapar de la jaula de la sanidad pública, vaya.
Sigan hurtando los responsables políticos este debate, si así lo desean. El profundo malestar de los médicos de la sanidad pública se nos ha convertido en un elefante en la habitación. Un paquidermo viejo y agotado, camino ya del famoso cementerio de los elefantes. Sigan, por tanto, mirando hacia otro lado. Llenen la sanidad pública de médicos sin M.I.R. o con homologaciones dudosas. Continuemos como hasta ahora, vaya. Pero sépase: la prolongadísima negligencia al respecto de tantos gobiernos ha contribuido tanto al crecimiento del aseguramiento privado como los manejos de tal o cual presidente de comunidad autónoma o consejero de Salud, “amigo” del grupo Quirón o Viamed.
Firmado: doctor Federico Relimpio Astolfi, médico y escritor. Delegado del Sindicato Médico de Sevilla.