El sábado fui a Madrid a protestar. A pelear contra la estupidez de una ministra. Mucho peor que eso, a pelear contra un modo de pensar, incapaz de ver como todo ha cambiado para la profesión médica. Y, por tanto, como ello exige un cambio sustancial de cara a la atención de la población española en el siglo que corre, que nos transporta y nos atropella.
Fui a gritarle a la gentuza que nos gobierna que a ver si se dan cuenta que a los médicos nos quieren regir con una normativa inspirada en la Ley del Funcionario de Bravo Murillo (ministro del siglo XIX), adobada con la «pobreza y obediencia» franciscanas y el «trabajo voluntario» de la tropa sanitaria castrista. Un aborto normativo consistente en reeditar el texto de hace veinte años profundizando (y mucho) en el porculo.
Hace tiempo que comparé a nuestro Sistema Sanitario con un castillo de naipes. Toca uno de los naipes y el edificio se viene abajo, de lo endeble. Es por eso que el Estatuto, transformado y refundido, lleva camino de durar más que la Carta Magna. A ver quién le mete el diente, sin que el edificio sanitario español termine como el barco del arroz.
Fui a Madrid a todo eso y a más todavía: a compartir la jornada de protesta con los compañeros. A rebajarme la amargura de un país divorciado de la profesión de uno. O mejor dicho, a desahogarme de un divorcio profesional imposible, comparable a un matrimonio infeliz, sujeto solo por las cadenas de la pobreza. Penuria tanto del país como de los profesionales. Estrechez del país que, según dicen, va como un cohete en lo económico. Pues a ver si así encuentra por fin las agallas de abordar una situación irrespirable, por los rencores estancados, y convertirla en la sana relación que una sociedad moderna debe tener con los profesionales que se encargan de conducir y dirigir los asuntos de la Salud.
A todo eso fui, y encontré otra cosa, para mi alegría.
Encontré gente, mucha gente. Gente toda de la profesión médica. Una miríada de médicos venidos de tantas partes de la piel de toro. Fue sentir, de golpe, eso de “no estás solo”. Fue percatarme de que uno no es raro ni especial por pensar lo que piensa, como me intentaron hacer creer décadas de gobierno de bienpensantes sanitarios en mi patria chica (Andalucía).
Todo lo contrario: un ejército de batas blancas en marcha del Congreso al Ministerio. Un estruendo ensordecedor de silbatos, bombos y consignas. Algo como uno nunca había visto en un colectivo profesional minoritario — vamos a recalcarlo —, pero crucial en la cuestión sanitaria. Algo novedoso para mí, criado en un lugar sureño donde el sindicalismo médico fue presentado, durante tantísimo, como algo «corporativo», «derechista» y «retrógrado». Pues aquí estábamos, más gente, armando más jaleo que nunca.
Fui a Madrid a cantarle a Mónica García mi cabreo (harto de ello, por cierto), y me encontré con algo distinto. Primero, gente joven. Los chavales se han coscado bien de lo que se juegan con esta gentuza, y ahí están, fuera complejos ni desidias. Que los tachen de lo que quieran, pero hay un futuro profesional de por medio, y esta tipa no se lo puede cargar con un texto decimonónico repintado de castrismo, a aprobar por ciento y pico de paniaguados en el Congreso dándole al botoncito.
La juventud médica sabe poco de las cuitas y las amarguras de sus predecesores — a Dios gracias —, pero sabe mucho de empolladas y pdfs. Demasiadas preparaciones de exámenes, y sus angustias. Que no son pocos, los exámenes, a lo largo de tantos años. Y tampoco son pocas, las guardias. Ni las agresiones. Ni las familias desatendidas. O las presiones o amenazas para no librar los salientes de guardia. Los jóvenes conocen de sobra el puteo cotidiano de eso que hemos venido a llamar el Seguro y que los mayores hemos dado por inmutable.
Pues no lo es, Mónica. El relevo ya está aquí, y no quiere irse a Francia — no entro hoy en lo de los sueldos dignos y el buen trato —. Todo lo contrario, los chavales quieren ejercer en la pública para su gente. Pero no te confundas, «vocación no es esclavitud». ¿Quieres que te lo expliquen ellos? Seguro que lo hacen mejor que yo.
Federico Relimpio
Delegado del SMS