El extraño y conflictivo fenómeno de las guardias

No es ningún secreto que la profesión médica es una de las más peligrosas, no por el riesgo físico sino por el agotamiento psíquico. Ese estrés profesional, que duplica el de otros oficios, se ha relacionado con el aumento de los errores y la insatisfacción del paciente, pero además con mayor tasa de suicidos entre médicos: el doble que la de la población general, al menos en Estados Unidos. Para minimizar estos efectos, en la Clínica Mayo recurren por ejemplo a programas de entrenamiento para enfrentarse a situaciones complicadas y sesiones en grupos pequeños para amortiguar el burnout.

El núcleo de ese volcán laboral en el que se desenvuelven los médicos lo constituyen las guardias, esos periodos de vigilancia y atención urgente prestados fuera del horario obligatorio y que en otros ámbitos se solventan con turnos dobles o triples. Son servicios especiales tan denostados por las circunstancias que les rodean como anhelados por la retribución extra que suponen.

Aunque su regulación está clara, son motivo frecuente de sentencias judiciales, como la que se recoge en estas páginas relativas al descanso tras una guardia. La peculiaridad de esta figura es que no se equipara a las horas extraordinarias de trabajo de otras profesiones, que se abonan al 175 por ciento de la hora ordinaria, ni computa como vida laboral, lo que repercute en la jubilación y en la pensión. Además, frente a las 80 horas anuales como límite legal de horas extras en cualquier empresa, a un médico se le permiten hacer hasta 850 horas de guardia al año. Eso sí, a un precio de unos 20 euros la hora de media nacional, muy lejos del valor de la hora ordinaria de un médico, que oscila entre 40 y 60 euros, según categoría y complementos, pero que pueden suponer alrededor de 17.000 euros de sobresueldo anual.

Uno de los riesgos, bien conocidos, es el carácter juvenil de las guardias: en las negociaciones, los médicos más veteranos y en teoría mejor pagados no persiguen tanto las guardias como los menos experimentados, con sueldos menores y con más energía para aguantar esa atención continuada a veces extenuante; aunque la supervisión veterana suele estar garantizada, puede haber más errores derivados de la inexperiencia.

El reparto de las guardias, el derecho a los prorrateos en casos de bajas o vacaciones, la polémica sobre su obligatoriedad o la posibilidad de renunciar a ellas por edad, conciliación u otros motivos, así como la potestad de los gerentes o jefes de servicio para organizarlas según su criterio, dan también pie a numerosas demandas y reclamaciones. Las inercias paralizan además la reflexión sobre un capítulo esencial de la atención sanitaria que necesita reformas internas y adecuaciones externas.

Fuente: Diario Médico

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